Yo también, Señor, necesito tu transfiguración. Necesito ver tu Rostro resucitado. No porque no crea, sino porque el camino se me hace duro, pesado, difícil de recorrerlo y me siento débil y vencido por tantas tentaciones que me salen al paso en el camino de mi propio desierto, proponiéndome consumir, satisfacerme y aceptar a sus placeres.
Necesito verte como Pedro, Santiago y Juan, y, aunque no entienda nada, como ellos, experimentar tu Divinidad, tu Pureza y tu Poder. Sentirte Resucitado y cercano a mí. No es, repito, Señor, que no lo crea así, pero, Tú que me conoces, incluso mejor que yo, comprendes mis ansías de sentirme fortalecido animado, acariciado y empujado a seguirte con alegría y gozo.
Sí, necesito tu cercanía, tu Palabra, tu aliento y tu luz, Necesito experimentar tu presencia y alimentarme espiritualmente de tu Cuerpo y tu Sangre. Enséñame, Señor, el camino de bajada y guiame hasta la Jerusalén de mi vida, donde Tú has querido que camine, para en ella soportar mi propia pasión que, añadida a la Tuya, complete lo que Tú has dejado que yo aporte.
Y eso es lo que hoy, junto a todos los hermanos en la fe, y desde este humilde rincón de oración, quiero pedirte. Y hacerlo con fe, convencido de tu escucha y Misericordia; convencido de tu Generosidad y Amor. Perdona, Señor, mis tribulaciones, mis debilidades, mis pecados y mi débil fe. Nada merezco y, sin embargo, Tú me regalas tu Amor y tu Misericordia para darme la Vida. Y Vida Eterna.
Gracias Señor por todo lo recibido, y por tanto Amor entregado gratuitamente. En Ti pongo todas mis esperanzas, y en tus Manos me abandono. Sólo Tú das sentido a mi vida y alientas mi camino. Y me regalas una Madre, que también acompaña mi camino y me lleva a Ti. Amén.
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