Nos resulta difícil descubrir el valor espiritual de las cosas. Vemos
antes el valor material, y su necesidad que lo que se esconde espiritualmente
detrás de todo eso. Quizás nos afanamos mucho en conseguir bienes materiales
hasta el punto de preocuparnos y hasta enfrentarnos unos a otros con graves consecuencias.
Quizás, nuestra propia humanidad nos inclina a esa materialidad y nuestro pecado no nos deja ver el inmenso amor que Dios nos tiene cuando nos ha hecho sus predilectas criaturas. Y ha puesto en el mundo todo lo que necesitamos para nuestro vivir. De modo que no debemos poner nuestra principal preocupación en los bienes materiales, porque la providencia de nuestro Padre Dios nos provee de todo lo que necesitamos.
Pero, también, hemos recibido unos talentos y cualidades para desarrollarlas en administrar todo lo recibido. Y nuestra responsabilidad es hacerlo, pero sin perder de vista que Dios está pendiente de nosotros, y nos cuida. Quizás, lo mejor que podamos hacer en esta humilde reflexión es pedirle luz y entendimiento para comprender su providencia y sus cuidados. Para percibir su amor y depositar en Él nuestra confianza.
Hay situaciones que nosotros hemos echado a perder, descuidándonos, despilfarrándolas y no empleando bien esos recursos en tiempos de bonanza. Ni siquiera hemos tenido en cuenta a los que lo han pasado mal en esos momentos. Y luego, cuando la situación se nos pone difícil queremos que Dios nos la arregle. Lo utilizamos como una caja mágica para arreglar todo lo que nosotros irresponsablemente desarreglamos.
Pidamos fortalecer nuestra voluntad para cumplir con nuestras responsabilidades y responder al amor y a todo lo que Dios ha puesto en nuestra manos. Conservándolo, compartiéndolo, dándole buen uso y poniendo todas las cosas en su lugar, siendo Dios el centro principal de nuestra vida. Amén.
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