Me adentro en el adviento. Es el tiempo de preparación a tu venida, a tu Encarnación, a tomar la Naturaleza humana nacido del vientre de María. Y me pregunto, ¿estoy preparado Señor para recibirte? Porque con tu venida entre los hombres instauras el Reino de Dios cerca de ello. Y yo, Señor, ¿me doy cuenta?
Yo vivo en un mundo que me seduce. Hay muchas cosas bonitas y mi naturaleza está cargada de pasión, de ideales, de inclinaciones y satisfacciones, de orgullo, de sentimientos y dignidad. Pero, sobre todo, de amor. Necesito amar y sentirme amado. Soy un ser en relación y sin los demás no existo. El mundo soy yo y otros. De no ser así, mi mundo se acabaría. Por eso, el amor es tan importante para mí.
Pero, un amor que crece cuando da, cuando protege, cuando se experimenta capaz de llegar a dar la vida hasta el extremo de entregarla totalmente. Y ese amor está cerca. Es el que nace en cada uno de nuestros corazones cuando realmente te encuentras con Jesús. Ese Jesús del que haba Juan el Bautista a orillas del Jordán. Ese Jesús del que, sin nombrarlo, porque no le conoce, se atreve a decir: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo». Sin embargo, tú y yo podemos decir que sí le conocemos. Tenemos mucha más ventaja que Juan, que lo supo más tarde en la cárcel antes de morir.
Por eso, tenemos la obligación de decírselo a otros que quizás no se hayan dado cuenta. Tenemos que decirle al mundo que miren dentro de sus corazones. El Reino de Dios ha llegado y anda entre nosotros. Porque, cuando amamos hasta el extremo a nuestros hijos, estamos amando como Dios nos ama. Y ese amor salta hasta la eternidad. Hace falta sólo dejarse tocar por la Gracia de Dios para darnos cuenta. Estamos muy cerca.
Por eso te pedimos, Señor, que nos des tu Gracia para experimentar ese inmenso amor que duerme con nosotros. Por eso, Señor, necesitamos tu Gracia para despertar y descubrir que esa felicidad que buscamos está en nuestro corazón, pues Tú nos la has dejado al darnos el aliento de vida semejante al Tuyo. Gracias Dios mío. Amén.
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