Una buena pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿A quién estoy esperando yo? Porque, dependiendo de su respuesta será también mi actitud de espera. Puedo preguntarme: ¿espero yo a un líder poderoso para que someta a todos sus enemigos? ¿O un líder que, entregado por amor, e incomprendido por los hombres de este mundo, sea sometido al sufrimiento de la Cruz?
Realmente, ¿a quién espero? Esa es la pregunta que en este tiempo de Adviento debo reflexionar, porque en actitud a esa reflexión preparé mi corazón con humildad o suficiencia; con docilidad o con prepotencia; con amor o con poder de venganza.
¿Estoy esperando a un Mesías que castiga, que viene en pie de guerra a someter a todos aquellos que no le reconozcan, o, por el contrario, espero a un Mesías amoroso y misericordioso? En ese debate y reflexión debe andar la preparación de este tiempo de adviento. Realmente, ¿a quién estoy esperando?
Y las preguntas vienen a clarificarme donde estoy poniendo en acento dentro de mi corazón. ¿Lo pongo en el odio, venganza, o en el amor? Y esa es la petición, Señor que te pedimos hoy. Queremos que ablandes nuestros corazones y los suavices para que seamos capaces de amar, incluso a nuestros enemigos. Porque ese es tu mandato y lo que Tú viniste, Señor, a proclamarnos.
Por eso, te entregaste a una muerte de Cruz y sufriste tu Pasión, para que los hombres despertaran al amor, única medicina que salva. Ese es el ruego de hoy, Señor: Danos un corazón misericordioso, esperanzado y dispuesto a amar. Porque, sabemos que sin Ti no podemos alcanzarlo. Necesitamos tu Gracia, para que revestidos de ella podamos, injertado en Ti, ser instrumento de perdón y misericordia. Amén.
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