No cabe ninguna duda que vivimos en un peligro constante. La sociedad en la que estamos inmerso nos atosiga y llama a vivir bien; a gozar de todas sus maravillas; a vivir despreocupadas y a darnos la gran vida; a no pensar en los otros y a disfrutar de todo los que podamos. Es verdad que no podemos negar la inclinación que tenemos a compadecernos y a ser solidarios con los que sufren o lo pasan mal, pero, quizás nos quedamos ahí, damos una aportación o hacemos algún buen gesto para acallar nuestra conciencia y seguimos nuestro placentero camino.
¿Realmente estamos siendo solidarios con nuestro prójimo? ¿Somos consciente que debemos compartir y preocuparnos de todos aquellos que sufren? ¿En qué lugar nos situamos en el contexto de esta parábola que nos pone Jesús en el Evangelio de hoy? Son preguntas que buscan respuestas en cada uno de nosotros. Quizás, dormidos por las olas de este mundo no nos paramos a pensar ni percibimos el clamor de todos aquellos que sufren como Lázaro. Nos haría bien reflexionar un poco.
Porque, llegará nuestra hora y nos encontraremos como ese hombre rico, del que habla la parábola, en un lado o en otro. Jesús describe y nos revela la existencia de un lugar donde realmente no se pasa bien. Y esos lugares serán nuestra herencia según tu vida haya sido compartida o no; según tu vida haya seguido la Voluntad del Padre o no. Por eso, aprovecha este momento de oración y reflexión para pedirle al Padre un corazón compasivo y misericordioso con todas aquellas personas que sufren, que carecen de lo suficiente o no que no le conocen.
Dame, Señor, un corazón cargado de inquietud, de fortaleza, de compasión, de generosidad y de misericordia para responder de la misma forma que Tú has hecho conmigo y con todos los hombres, porque tu Voluntad es salvarnos por amor, pero contando con la libertad y la voluntad que nos has regalado. Gracias, Señor, por tu Infinita Misericordia. Amén.
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