En el camino de nuestra vida hay muchas rocas – en apariencias – que nos invitan a apoyarnos sobre ellas como invitación a encontrar la felicidad. Pero, resultan, a poco que experimentes apoyarte en ellas, que son movedizas e, irremediablemente, te hundes en tu propio vacío y sin sentido. ¿Hay – nos preguntamos – alguna roca, en y de este mundo, que nos pueda, al menos, prometer la felicidad eterna? Porque, una felicidad, aún plena, si no es eterna, ¿de qué me vale? Todo lo caduco no tiene ningún valor. Se hace necesario tener mucho cuidado y apoyar nuestra fe en la roca verdadera que no se hunda pese a las adversidades y tormentas que la vida nos va a presentar.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla de eso: (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó… Y se nos presenta como la Roca solida y fuerte que sostiene nuestras vidas frente a las adversidades y tempestades que amenazan con derrumbarla y hundirla. Y es en esa Roca – nuestro Señor Jesús – en quien tenemos que apoyarnos para sostener nuestra vida siempre a flote contra las tempestades que amenazan con hundirla.
Pidamos esa Gracia con fe y confianza. Pidamos edificar nuestra vida sobre y en la Palabra del Señor, escuchándola y llevándola a nuestra vida desde el amor incondicional y gratuito y, sobre todo, misericordioso. Pidamos la fortaleza y el auxilio en la confianza de sabernos escuchados y atendidos y seguros de la respuesta de nuestro Padre Dios. Un Padre misericordioso que, por los méritos de la Pasión y Resurrección de su Hijo, nos ofrece la Salvación y la Vida Eterna. Amén.
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