Estamos y seguimos esperando. Nuestra vida es una espera permanente. Y una espera, no de brazos cruzados, sino en constante movimiento de conversión. Desde la hora de nuestro bautismo estamos en movimiento y un movimiento de conversión. Y, ¿qué significa conversión? Pues, un esfuerzo, asistido en el Espíritu Santo - recibido en nuestro bautismo - de ir creciendo en la fe y seguimiento a nuestro Señor Jesús. Ese Mesías prometido que nos anunció Juan y nos preparó el camino para recibirlo.
Y ese esfuerzo - conversión - no terminará nunca hasta la hora del encuentro eterno con el Señor. Por tanto, nuestro camino será un camino permanente y constante de conversión. Es decir, una permanente actitud de adviento. O lo que es lo mismo, de preparación para que el Señor more en nuestro corazón y sea la opción principal de nuestro peregrinar.
Pidamos, pues, sostenernos, por la Gracia de Dios, en permanente actitud de conversión preparando nuestro propio camino y compartiéndolo con los demás, tal y como nos sugiere hoy Juan el Bautista en el Evangelio. Un compartir solidario con los más necesitados; un compartir desde lo que tenemos y podemos con justicia y dignidad. Pidamos, pues, que la Gracia del Señor vaya transformando, cada día, nuestros corazones y convirtiéndolos, con nuestra libre voluntad y consentimiento, pues hemos sido creados libres, en unos corazones arrepentidos y solidarios.
Pidamos, siguiendo la propuesta y anuncio de Juan el Bautista, que, cada día, nuestros corazones estén más convertidos y fortalecidos en la fe y seguimiento al Señor. Amén.
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