Mi primera petición, Padre, es pedirte que transformes mi corazón endurecido por el pecado en un corazón misericordioso como el tuyo. Porque, necesito perdonar y comprender los pecados de los demás, pues, en esa medida serán también perdonados los míos. Por eso, Padre, mi primera petición va dirigida a que mi corazón se transforme en un corazón suave, bueno y, sobre todo, misericordioso.
Y la segunda, Señor, es la del perdón. Necesito también un corazón que, además de ser misericordioso sea justo. Es decir, un corazón que no juzgue ni condene, porque yo no soy nadie para juzgar ni condenar en cuanto soy un pecador también que peco y cometo errores, faltas y pecados. Un corazón capaz de eludir los juicios y condenas para ser capaz de perdonar.
Porque, no juzgando ni condenando, me será más fácil perdonar. Y en esa medida no seré yo también juzgado ni condenado, y, por lo tanto, seré perdonado. No porque yo lo diga y lo crea, Señor, sino porque son tus Palabras y porque mi corazón lo entiende y comprende así: No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados.
Pero, sucede otra cosa, ¿en qué medida doy y me doy? ¿Trato de evitar dar o dar de lo que me sobra? ¿Y me presto a darme cuando es algo cómodo que no me exige esfuerzo? Realmente, ¿cúal es mi medida? Porque, en y con la medida que dé, así recibiré. Por eso, Señor, te pido también que me des un corazón, además de misericoridoso y limpio de no atreverme a juzgar ni condenar, un corazón compasivo, generoso y entregado, capaz de dar y darse con todo su corazón y de forma limpia y justa. Amén.