El mundo sigue anclado en el "ojo por ojo y diente por diente", aunque aparentemente parezca olvidado. Cuando recibes un favor, de alguna manera te sientes comprometido con devolverlo, al menos en la medida de tus posibilidades. Te sientes agradecidos y contrae una deuda con esa persona. En el fondo no se hacen las cosas de manera desinteresada, aunque se diga lo contrario, porque esperas, por lo menos, que te lo agradezcan, y si no es así no te sienta bien.
De la misma forma, cuando recibe una ofensa, o te sientes excluido o marginado, guardas en tu corazón el deseo de venganza y aguardas el momento en que puedas hacerlo o desahogar ese resquemor que arde en tu corazón. Nos cuesta mucho olvidar, perdonar y amar. Ambas cosas van juntas y no se dan separadas. Porque para olvidar hay que perdonar, y sin amor no hay perdón y menos olvido.
Y no digamos de los méritos, la justicia y el derecho. Todo lo relacionamos con el esfuerzo, el tiempo y el trabajo. No cabe en nuestra cabeza que tenga más recompensa una persona que haya trabajado menos tiempo que otra. No lo entenderíamos. Y por eso no entendemos como Jesús les puede pagar lo mismo a aquellos que trabajan sólo la última hora de la tarde que a los que han trabajado todo el día.
Sólo el Señor sabe lo que es realmente justo y lo que guarda nuestro corazón. Motivos tendrá para actuar así, pues ya, desde la eternidad, lo hace con cada uno de nosotros. Hemos recibido tanto sin merecer nada. Igual hace con aquellos que nosotros creemos que merecen menos.
Líbranos Señor de tanta necedad, de tanta ignorancia y de nuestros pecados, y convierte nuestro corazón en un corazón misericordioso y justo. Amén.
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