Me siento débil e inclinado a aparentar más que a vivir. O dicho de otra forma, quizás, aunque no lo desee, me importa más las apariencias que los hechos concretos y la realidad. Y eso Señor descubre mi frágil y poca fe, porque delante de los hombres me olvido de ti y me afano más en buscarme a mí mismo. En verdad, siento vergüenza de mí, Señor, y te pido perdón y Misericordia.
Me ensalzo para que me vean y me admiren, y me den alabanzas y privilegios, e incluso me llamen maestro. ¿Maestro de qué, Señor? ¿Si no puedo ni conmigo mismo? Sin embargo, mi Señor, no pierdo la paz y la serenidad, porque sé lo que soy , un pobre y miserable pecador. Y conozco por tu Amor revelado en tu Hijo Jesús, tu Infinita Misericordia y tu Eterno Perdón.
No puedo, por tanto, desesperar y, sí, aguardar, a ejemplo de tu Inmaculada Madre María, ir pacientemente guardando estas cosas en mi pobre corazón. Por eso, Señor, te doy las gracias, no por ser diferente, que no lo soy, sino por la Gracia de conocerme pecador, maestro de nada ni de nadie, y pobre y débil para cargar con mi propia cruz. Y sólo por tu Gracia y en el Espíritu Santo caminar en tu Palabra esforzándome en ser mejor cada día. Amén.
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