Es gozoso llegar a pensar, como hace ya bastante tiempo dijo Santa Teresa, que aunque no existieses Señor, yo seguiría buscándote y anhelando encontrarte para contemplar tu supuesta Gloria y Belleza. Casualmente, ¡qué coincidencia con este pensamiento ahora, Señor! Hace unas horas, un buen amigo al que veré mañana, notó cierta alegría y entusiasmo al hablarnos por teléfono y supuso que me encontraba bien, nos preguntábamos por la salud, pues mi tono de voz y alegría le transmitía esa señal.
Y, sin saber como ni por qué, supongo que el Espíritu me suscitó tal comentario, respondí que los cristianos vivimos, al margen de nuestros problemas de salud, con la esperanza de que eso será pasajero y de que al final gozaremos de la felicidad y paz eterna. Asintió confirmando que eso era evidente. Y es verdad, porque aunque no existieses, Señor, será mejor vivir buscándote y esperanzado en Ti que descansar y apoyarme en las cosas de este mundo.
Sin darme cuenta he comprendido la experiencia de santa Teresa que le arrancó esa hermosa expresión de su corazón. Pero, despierto, Señor, de ese ilusorio sueño, porque Tú estás aquí y me esperanza descansa en Ti, pues has Muerto y Resucitado para llenar toda mi vida de verdadera y real esperanza.
Y, hoy Señor, tu Palabra me regala esa hermosa experiencia de Pedro, Santiago y Juan, a los que regalas la hermosa visión de contemplarte en tu Gloria. Y haces que mi corazón rebose de entusiasmo, de alegría y de plenitud en la esperanza confiada en tu Divinidad y, por tu Misericordia y Amor, aguardar tu venida para, en tu presencia, gozar de la plenitud de tu Amor. Amén.
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