Son sencillos, de miradas limpias, humildes e incapaces de mentir. No buscan hacer daño, sino hacer el bien. Son honrados y justos aunque pecadores. Porque nadie escapa a las limitaciones de nuestra humanidad, pero una humanidad limpia, transparente y abierta a ser transformada.
El Señor busca la honestidad, la limpieza de corazón y ahí dirige su Mirada. No cabe duda que son hombres pecadores, llenos de limitaciones y defectos y capacidad limitada, pero con eso cuenta el Señor, porque es el Amor del Padre y su Gracia la que actúa en el corazón de cada uno por los méritos de su Hijo en la Cruz.
Y es que cuando se tiene un corazón regado de buenas intenciones, los pecados del hombre son bañados por el agua del Bautismo y purificados. El Señor sabe de nuestras impurezas e imperfecciones y nos deja el camino de la Penitencia donde, por su Gracia, somos limpios y vueltos a la Vida de la Gracia para, por la acción del Espíritu Santo, ser transmisores de su Mensaje.
Pidamos al Señor que nos infunda un corazón de carne, limpio y abierto a la acción del Espíritu, para que podamos responderles tal y como hicieron sus apóstoles y llevar, al igual que Pablo, su Palabra a todos los lugares por los que pasa nuestra humilde y sencilla vida.
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