No son los tiempos propicios, como dirían los futurólogos y magos de la antigüedad. Se avecina el derrumbe y el deterioro de los valores. El humanismo cristiano parece tambalearse y todo se cuestiona. La verdad se pone en duda y entra el relativismo espontáneo según el gusto, las apetencias e intereses de cada uno.
Emergen muchos autodidactas convencidos de poder dirigir el mundo y nacen ideologías por doquier a gusto de todos. Unos proponen decidir sobre la vida; otros se encargan de poner el género a las personas y, supongo que también a los animales. El mundo les pertenece y ha dejado de pasar a manos de algún creador o big bang.
También los hay que inventan nuevas leyes y derechos, o cumplen lo que les apetece y consideran lícito según ellos. Están diciendo que son ellos la ley y la verdad, y tratan de organizar el mundo e implantar su propia ley natural, la de ellos. Hay muchas tempestades, y tempestades de enormes olas que casi parecen imposibles de salvar. La Barca zozobra y recurrimos a Ti, Señor, ¿dónde estás? ¿Duermes?
Sin embargo, a pesar de este mundo en ebullición y violencia, donde las esperanzas parecen perdidas, la Voz de Jesús resuena en el Evangelio de cada día: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y renacen las esperanzas porque en Jesús todo se ha cumplido, y su Palabra es Palabra de Vida Eterna. El triunfo será de la Iglesia. Es Palabra de Dios como repetimos cada día en la Eucaristía. Sí, amigos y hermanos en la fe, con Jesús estamos salvados y nada hay que temer.
Pidamos al Señor serenidad, confianza, fe y paciencia para soportar las embestidas de ese mar bravío que nos embiste, pero nunca desesperados, al contrario, serenos, pacientes, alegres y en paz, porque la promesa está hecha y el Señor siempre la cumple. Amén.
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