Esa es la cuestión, medir bien nuestros pasos y reflexionar sobre el verdadero Tesoro, aquel que da la felicidad, no para un poco de tiempo, sino para siempre, la eternidad. Por lo tanto, no andemos preocupados por las cosas de este mundo ni tampoco por el momento final. El Reino de Dios está presente en nosotros mismos y, desde ese momento, podemos empezar a saborearlo con el gusto de sabernos asistidos por el Espíritu Santo y la Misericordia del Padre Dios.
Es verdad que el camino no es fácil ni cómodo, pero ese es el precio de lo que nos espera y a lo que aspiramos. Seguir a Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida, y en Él está el Reino de Dios, que se nos hace presente cada día. Estemos vigilante cada día en la presencia de Dios, que nos ve y sabe todo lo concerniente a nosotros, exteriormente e interiormente. Sabe y ve lo que hacemos y también lo que pensamos. Por lo tanto, tranquilos y confiados en su Manos.
Vigilantes de vivir en su Voluntad cada instante de nuestras vidas y no preocuparnos por su llegada, porque será repentina y clara: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros». «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día.
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