No todo da igual en la vida. No puedes ir por la vida según tus convicciones y pensamientos. No puedes caminar atendiendo a tu forma de ver, de sentir, de ambicionar y de construir tus propios proyectos. Y no puedes porque al final todo lo que trates y construyas perecerá. Este mundo se acaba. Se acaba para ti en la hora de tu muerte y se acaba para todos en la hora final de este mundo.
Está escrito en nuestros corazones. Todos intuimos y, por sentido común, sabemos que lo que empieza acaba. Y todos pensamos en lo más profundo de nuestro corazón que el mundo tendrá su hora en algún momento de la historia. Pero, ¿qué sucederá entonces? ¿Dónde estaré yo? Posiblemente, habrás muerto, pero eso no significa que haya llegado el final de tu vida. Sí, la de este mundo, pero empezará otra, y esa otra sera eterna y su nuevo camino tendrá mucho que ver con lo que hayas hecho antes. De como hayas vivido tu vida primera.
Jesús nos descubre y nos advierte de los momentos finales en el Evangelio de hoy - Lc 21, 20-28 - y no nos lo dice para meternos miedo sino para darnos ánimo y esperanza, pues sus últimas palabras son esperanzadoras y animosas, valga la redundancia. Por lo tanto, pidamos ahora con humildad y unidos en oración con otros hermanos la humildad y sabiduría necesaria para darnos cuenta de esta realidad de nuestra vida. Para elevar nuestra mirada al cielo y abrir nuestro corazón a la acción de Espíritu Santo, poniéndonos en sus Manos para que dirija nuestra vida y nos lleve por el camino correcto al encuentro con el Señor.
Llega la hora del trigo y la cizaña y conviene que sepamos diferenciar, en nuestras vidas, los buenos frutos de los malos y que sepamos cultivar los buenos y desechar los malos. Por eso, te pedimos Señor la Gracia y la Sabiduría de vivir en tu Palabra y con coherencia con nuestra vida. Amén.
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