No hay otra forma de entenderlo y nuestro sentido común lo descubre así. Dios, tu Padre, te busca, y lo hace en su Hijo Jesús, el Mesías enviado a rescatarte del pecado. Tú puedes desoír su voz, sus pasos y hasta esconderte, pero Él seguirá buscándote hasta el final de tus días y tu libertad.
Y te busca porque quiere salvarte; quiere encontrarte para alejarte del peligro y trampas que este mundo te tiende. Quiere rescatarte del engaño de este mundo y llevarte a la Mansión de su Padre. Por eso te busca y se acerca a ti. No busca a los que no están en peligro, sino a los que, incluso creyendo que no lo están, están, valga la redundancia, en riesgo máximo de perderse para siempre.
Por eso, las circunstancias exigen un acercamiento y una búsqueda incesante. Y, también una fiesta si el resultado es de encuentro y vuelta a casa. El triunfo y la victoria termina siempre con fiesta. No se celebra la pérdida sino la victoria. Y encontrar a la oveja perdida exige festividad y alegría.
Hoy, Señor, conscientes de nuestras debilidades, de nuestras malas inclinaciones, de nuestras dificultades, propias de nuestra naturaleza, te pedimos que no dejes de buscarnos, de alumbrarnos el camino, de reclamarnos y de asirnos con tu Mano al sendero de la verdad y de la vida. Queremos, Señor, ser de tu redil y permanecer en Él, porque es allí donde encontramos el verdadero y único Camino, Verdad y Vida.
Por eso, Señor, queremos agarrarnos a tu Palabra, a tus sacramentos y a tu Iglesia, para que no perdamos nunca el camino que nos conduce hacia Ti. En ella encontramos los signos, el camino, la fortaleza de los sacramentos y la orientación de la Palabra. Gracias, Señor. Amén.
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