En apariencias al Dios que no vemos nos parece lejos, pero nos equivocamos porque está a nuestro lado. Si bien lo tenemos en nuestro corazón, también está en el prójimo, y cuantas veces queramos abrazarlo lo hacemos abrazando al prójimo. Está tan cerca que amando al prójimo le amamos a Él y se lo manifestamos testimonialmente.
Por eso, ambos mandamientos convergen en uno solo. Y no podemos separarlos, si bien, el primero es amar a Dios sobre todas las cosas, porque, el segundo, el amor al prójimo como a ti mismo, no podremos realizarlo sin el amor a Dios. De Él recibimos la fortaleza y la Gracia para poder superar todas las adversidades y encontrar las empatías que necesitamos para poder aceptar y amar al prójimo.
No nos es fácil y nos resulta imposible realizar sin la ayuda de la Gracia de Dios y los dones del Espíritu Santo. Por eso, Señor, reconociendo nuestras limitaciones y nuestra pobreza, te imploramos suplicándote que nos infunda esa Gracia necesaria para donde hay sentimientos de venganza, de odio, de animadversión, yo ponga sentimientos de paz, de amor y amistad y justicia.
Sí, el primer mandamiento es amarte a Ti, mi Señor, pero no podré lograr eso sin el amor al prójimo. A ese prójimo antipático, quizás hasta malo que me hace la vida difícil. O a ese excluido, enfermos o marginado que remuerde mi conciencia y altera mi vida. En ambos estás Tú, Señor, y a ambos necesito amarlos yo, Señor. Ayúdame, Dios mío, porque no tengo fuerzas, ni paciencia ni voluntad, ni sé tampoco cómo hacerlo.
Pero, en Ti confío, porque yo quiero responder a tu Amor amando también a mis prójimos. Amén.
Pero, en Ti confío, porque yo quiero responder a tu Amor amando también a mis prójimos. Amén.
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