Nuestras apariencias, tarde o temprano, serán descubiertas. Nadie escapa a la mirada de Dios y todos tendremos la hora de nuestra verdad. Por mucho que busquemos escapar o aparentar la medida de nuestra fe llegará el momento de la verdad donde será puesta y prueba y descubierto su compromiso. Toda mentira emergerá y será descubierta, por tanto, en vano serán tus esfuerzos y también los míos para esconder todas nuestras mentiras y trapos sucios.
Mejor, postrados ante el Señor, confesar nuestros pecados y miserias abiertos a la Misericordia de Dios. Porque, ¿quién no ha pasado miedo o ha sufrido en ciertos momentos de su vida? ¿Y quién no ha sentido deseos de abandonar y de rendirse a las seducciones de este mundo? ¿Y quién no ha deseado en muchos momentos de su vida dejar la batalla y subirse al carro del sistema económico y de poder de este mundo? ¿Y no has querido, en algún momento de tu vida, dejar al Dios de la Misericordia y del Amor por el dios dinero?
Posiblemente nos identífiquemos con algunas de estas actitudes, pero lo importante es confesar que, a pesar de todas estas miserias, ese Dios revelado por Jesús, nuestro Señor, nos quiere, nos abraza, nos espera y nos perdona. Y nos promete que no nos dejará solos y, al final, si perseveramos soportando en Él todos los avatares que la vida nos presenta, encontraremos ese lugar de paz y felicidad eterna a la que aspiramos como hijos suyos.
Por tanto, serenos, confiados y agarrados a sus promesas de salvación, tengamos siempre a flor del corazón la Buena Noticia que sus Palabras nos ofrecen y nos llenan de esperanza. Te damos gracias, Señor, porque esas Palabras nos dan vida, fortaleza y esperanza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». Amén.
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