Es posible que seamos insensibles a la Palabra de Dios. Incluso, hasta el punto de ser indiferentes a su escucha y nada deseosos – más bien fríos – a buscarle y querer conocerle. Por tanto, no esperemos que los frutos aparezcan por arte de magia. Lo mismo podríamos decir de aquel agricultor que, no labrando ni abonando su tierra, esperara cosecha.
Es verdad que el Señor está presente en nuestra vida. No se va ni se ha ido nunca respondas o no. Te quiere y se ha comprometido por Amor a esperarte con los brazos abiertos, sea cual sea tu respuesta. Eso sí, espera que, como Zaqueo, tú le busques, desees encontrarle, le escuches y acojas su Palabra abriéndole tu corazón.
No te van a faltar ocasiones que te ayuden a ese encuentro. Habrá momentos de oscuridad en tu vida y experimentarás la necesidad de buscarle, de encontrarle y de pedirle luz. Luz para ver la verdad que alumbre tu camino hacia lo que realmente buscas – porque, ¿algo buscarás? – y que ansías desesperadamente. Aprovechas, pues, esas ocasiones y pídele que te dé la fortaleza, el atrevimiento y el deseo de buscarle – tal como hizo Zaqueo - porque, en Él está eso que tú buscas, quizás en otro lugar equivocado. Confía y da el paso, pues, Él te espera. Ábrete a su Palabra. Amén.
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