Te doy gracias, Señor, porque puedo hablarte en y a cada instante. No tengo, ni siquiera que moverme. Tú, Señor, estás dentro de mí y me hablas. Yo te escucho y, Tú, me indicas el camino por donde debo ir.
Dame, Señor, la sabiduría y la fuerza para saber, no sólo escucharte, sino también obedecerte. Quítame los miedos, los complejos y prejuicios que puedan impedirme escucharte y obedecerte. Dame paciencia, perseverancia, ánimo e ilusión de estar siempre en permanente contacto contigo. ¡Estas tan cerca, Señor, que, a veces me da vergüenza de tenerte tan dentro de mí e ignorarte!
Perdóname, Señor, por mis fallos y pecados. Soy consciente de que no te merezco, pero, confiando en tu Amor Misericordioso, me alegro que estés en lo más profundo de mi corazón. Yo, Señor, quiero ponerte en el mejor lugar para que seas Tú quién reines en él. Amén.
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