Jesús, me abro a tu presencia y hago silencio para escuchar tu voz. Como cada amanecer, tú me estás esperando y yo me hago el encontradizo. Te busco dentro, en lo más profundo de mí, porque ahí es donde tiene lugar el encuentro, porque tú, Señor, eres un Dios escondido y yo he de esconderme para encontrarte. Aquí estoy, Jesús, porque sé que tú sacarás lo mejor de mí. Saboreo este momento y tu presencia, dejándome en ti.
Jesús, gracias por iluminar cada uno de mis días con la lámpara de tu Palabra. Que con la claridad que me da tu luz pueda yo también iluminar las oscuridades de todos aquellos hermanos que hoy vas a poner en mi camino, pues el milagro de la luz es que lo despierta todo, todo se embellece y resucita. Si tú eres mi luz, Jesús, nada podrá oscurecer mi vida, mi mundo interior. Amén.
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