Señor, como María de Betania, quisiera también ponerme a tus pies y ofrecerte el mejor de mis perfumes, que no es otro que el de hacer obras agradables a ti y alejarme de todo aquello que hace mal a mi alma. Gracias por recibirme una vez más, por cuidarme, por hacerme sentir que soy valioso e importante para ti. Tú tienes un corazón rico en misericordia.
En tu amor he encontrado esa paz que me invita a luchar con todas mis fuerzas contra el pecado. Con tu presencia rebosante en amor y perdón podré superar toda mala inclinación. Tú tocas las dimensiones de toda mi vida y no haces diferencia entre mi riqueza o pobreza, sino en cuánto amor estoy dispuesto a ofrecer. Amén.