Nos faltan palabras. Sabemos, por el Evangelio que Jesús Vive y, celebrando su Muerte y Resurrección, hacemos un previo silencio de espera para interiorizar esa esperanza de Resurrección en la que creemos por su Palabra y porque, Él, ha Resucitado. Nos alegra celebrar esa celebración - valga la redundancia - de esperanza de vida. De vida eterna en plenitud. Por tanto, tras la pena de la tristeza y sufrimiento, se esconde la esperanza de la alegría de Vida eterna.
Y no se nos ocurre otra cosa de permanecer en silencio y en oración. Una oración que brota de la profundidad del corazón y que dice:
Gracias, Padre, por la donación de tu Hijo,
gracias por ese Amor Infinito que nunca llegaré
a comprender.
Gracias, porque ofreciéndote a una Muerte de Cruz
has entrega tu Vida para dárnosla a cada uno de
nosotros.
Yo, humildemente, desde mi ignorancia, me abandono
en tus Manos Misericordiosa y lleno de esperanza espero
en confío en tu Palabra.
Me alegra y llena de gozo el saber que tu Resurrección
es también la mía, pues, para eso has entregado
tu vida, para hacer la mía
Eterna.
Amén.