Todos lo sabemos, la único cierto de este mundo es la muerte. Conocemos por nuestros padres el día que nacemos, y tampoco sabemos el día que dejamos este mundo. En algunos casos podemos intuir y darnos cuenta la hora de nuestra muerte, pero, siempre será un interrogante incierto y desconocido. Sin embargo, es la hora más importante, más grandiosa y gloriosa de nuestra vida. Porque, de ella dependerá toda esa felicidad que tanto hemos buscado en nuestro tiempo de vida en este mundo.
Todo dependerá de morir abrazado a las cosas temporales de este mundo, o, morir abrazado a la Cruz de Cristo. Todo dependerá de morir siguiendo los criterios de este mundo, o, morir compartiendo la cruz de mi vida con y en la Cruz de Cristo Jesús. Porque, morir en Cristo es Resucitar. Él ha vencido con su muerte de Cruz al mundo y con su Muerte nos ha salvado también a todos los que abrazamos nuestras muertes injertadas en Él.
Por tanto, a pesar de que estamos amenazados de muerte que, tarde o temprano, tendrá que llegar, no debemos temerla porque, Cristo, el Señor, la ha vencido. Y, muy importante, tampoco debe importarnos nuestras debilidades, miedos y flaquezas, porque, precisamente, así ha querido morir nuestro Señor Jesús, débil, pobre, abandonado y humilde, para demostrarnos y hacernos ver que solo el Amor es el que triunfa, salva y resucita.
Pidamos al Señor que nos dé la fortaleza de saber superar el miedo a reconocernos amenazados de muerte, como sucedió con Lázaro, el amigo de Jesús, y de vivir en la esperanza gozosa de saber que, en y como Él, también resucitaremos. Amén.
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