Si de una cosa estoy seguro es que tú, yo y todo el mundo quiere ser feliz. Otra cosa es que muchos no se hayan detenido en algún momento a pesar que esa felicidad que buscan, que nunca encontrarán en este mundo, sí la pueden encontrar en la Cruz. Esa Cruz en la que Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, entregó su Vida por ti, por mí y por todos. Y no es ocurrencia mía ni de nadie, son sus propias Palabras que nos llegan hoy desde el Evangelio, Palabra de Dios:
«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
Por tanto, está claro, pero necesitas fiarte de Él y, en consecuencia, creer en Él. Y si observas, no es tan difícil. Simplemente, tienes que detenerte y mirar tu interior para descubrir un deseo profundo de felicidad que, sería injusto no poder alcanzarlo. Puedes preguntarte, ¿quien ha sido tan poderoso y, tan malo a la vez, para poner ese deseo de felicidad en nuestros corazones y no ofrecernos la posibilidad de alcanzarlo?
Jesús nos saca de esa duda y tribulación cuando nos lo dice claramente hoy en el Evangelio - Jn 3,14-21 - y nos ofrece esa oportunidad de, creyendo en El alcanzar esa Vida plena y eterna. Dejémonos alumbrar por esa luz que, a pesar de sus cruces, nos llevan al camino único y verdadero de la Vida Eterna. Amén.
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