El problema está en nosotros, los hijos, que, con unos corazones contaminados y pecadores, rechazamos el amor compasivo yo misericordioso que nos ofrece y nos da nuestro Padre. La parábola del Padre amoroso o hijo pródigo refleja muy bien ese perfil de hijo y hermano que representamos todos. El egoísmo y búsqueda de felicidad que todos ansiamos y buscamos lejos de la casa del Padre; la envidia del hermano mayor que nos delata como hermanos inmisericordes, huraños, vengadores y egoístas. Cumplidores, pero, indiferentes al amor del Padre y hacia los demás.
Realmente, Señor, nos vemos retratados en esos perfiles de hijos y hermanos, y, también, incapaces de reaccionar a esa humanidad herida y contaminada por el pecado. Necesitamos, lo sabemos, lo experimentamos y solicitamos, la presencia de tu Espíritu para poder enfrentarnos a esas seducciones, tentaciones que nos, sometiendo nuestra naturaleza herida, inclinan hacia el odio, la venganza y el mal.
Transforma. Señor, en la medida que nos esforzamos y caminamos, nuestros corazones viciados por el pecado en corazones nuevos, compasivos, comprensivos, humildes, suaves, buenos y misericordiosos para poder levantarnos y emprender el regreso a nuestra Casa paterna de lo que nunca debemos salir. Gracias, Señor, por tu acogida, por tu espera, por tu paciencia y por tu Amor Misericordioso con el que me recibes. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario