Cada latido de vida es también una amenaza de muerte. Porque para morir sólo se necesita estar vivo. Sin embargo, la vida que se nos ha dado no ha sido para terminar en la muerte, sino para continuar con vida y vida eterna.
El Señor tuvo primero que morir, es decir, pasar por la muerte para luego Resucitar. Porque sin morir no se puede resucitar. Igual nos ocurrirá a nosotros, moriremos para pasar a la verdadera y única vida, la Vida Eterna. Porque ese es nuestro primero destino del que no podemos perder nuestro billete. Estamos llamados a la Vida Eterna. Pasaremos a otra Vida gloriosa por el Poder y la Misericordia del Padre. Esa es la promesa y Buena Noticia de salvación que nos trae el Señor.
Por eso los cristianos, comprometidos por su Bautismo y auxiliados en el Espíritu Santo, no se paran antes las dificultades y obstáculos que la vida les depara, ni tampoco por las amenazas que los enemigos, empeñados en quitarlos del medio, les declaran y ejecutan. Saben que el Señor está con ellos y será Él quien tendrá la última Palabra. No es la muerte la que tiene la última palabra, y en esa confianza y esperanza, el creyente, camina firme apoyado en la Palabra del Señor, y fortalecido por la acción del Espíritu Santo.
Por todo ello, Señor, te pedimos fortaleza, valor, paz y esperanza para no dejarnos atemorizar ni amedrantar por las amenazas de nuestros enemigos, sino, al contrario, para soportarlas y amarlas como Tú, Señor, desde la Cruz nos has dado testimonio y nos has enseñado. Amén.
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