Creemos que para alcanzar sabiduría, poder y grandeza se hace necesario ser inteligente y conocer mucho. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos dice que son los pequeños los preferidos del Padre para revelarle la sabiduría de las cosas del Reino: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y es que cuando me creo sabio, inteligente y poderoso experimento la necedad de la prepotencia y la ignorancia de los tontos. Porque nuestra capacidad no es suficiente para entender el origen de la vida y la creación del mundo. Tratamos de justificar cosas que no tienen justificación y nos empeñamos llenos de soberbia en querer dar respuestas a misterios que no podemos entender.
Sólo Dios, Creador del cielo y tierra, es la Luz y la Inteligencia, transmitida al Hijo, nuestro Señor Jesús, y en Él nos ha sido revelado a los que Él ha querido. Y esa Voluntad del Padre ha recaído en los pequeños y humildes que abren sus corazones a la acción del Espíritu Santo. Porque en la suficiencia permanecemos cerrado a la acción del Espíritu.
Danos, Padre, la humildad y sencillez de los pequeños y de, humildemente, abajarnos y abrirnos a tu Gracia para recibir la Luz que nos desvele todo lo que tu Voluntad quiere darnos y regalarnos, para verte y conocerte, Señor. Hágase en nosotros según tu Voluntad, Señor, tal y como nos lo enseñó tu Madre María. Que sepamos descubrir en María, tu Madre, Señor, la actitud de humildad y de docilidad a tu Voluntad. Amén.
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