Su yugo es el amor. Un amor que exige soportar; que exige paciencia; que exige dolor; que exige en muchas ocasiones sufrimientos, pero que también tiene alegrías y satisfacciones. Un amor que muchas veces, sus exigencias, animan y hacen pensar en la retirada. Un amor que te susurra al oído que no debes renunciar más, sino tomar tu camino y pensar más en tí. Un amor que, cansado, cree que ha llegado el momento de decir basta y, egoístamente, abandonar.
Sí, realmente es un buen yugo, pero que, sólo, se te hará imposible, porque estás hecho de una pasta humana compuesta de egoísmos que te impedirán morir a ti mismo. Porque esa es la finalidad a la que te invita el Señor Jesús, a morir para vivir. Y vivir agarrado a Él; apoyado en Él; abandonado y confiado a Él; sostenido y confortado en Él. Porque sin Él nada conseguirás.
En Él, su yugo será suave y ligero, porque el Amor esconde esa felicidad y paz que buscas. Darte te dará, valga la redundancia, más amor y satisfacción que procurarte, egoístamente, en bienes y cosas de este mundo o en ti mismo. Jesús, el Señor, no nos ofrece algo que nos vaya a perjudicar, sino aquello que nos hará felices. Quizás no enseguida, no inmediatamente, porque el dolor duele y no nos deja poner buena cara, pero sí que de él saldrá la paz y el gozo eterno.
El mundo es el camino donde tendremos que examinarnos de esa asignatura amorosa del amor. Porque en el camino del mundo podrás unciste el yugo del mundo y de sus aparentes espejismos de felicidad, o el Yugo del amor en clave de Jesús, el Señor. Es decir, esforzándote en y con la misma actitud que lo hizo y vivió nuestro Señor.
Por eso, conociendo la pasta de la que hemos sido creados, nos ha dicho el Señor: En aquel tiempo, Jesús dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera». Amén.
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