La consigna está clara, bastante clara. No podrás decir que no se te dija clara y tampoco tendrás justificaciones, porque cada día tienes muchas oportunidades de demostrarle a Dios que le quieres. Y no sólo con palabras, que no sobran y está muy bien, pero principalmente con obras, porque, lo sabemos, obras son amores y no buenas razones.
Los templos, nuestros templos pueden estar llenos de gente, pero eso no significa que seguimos a Jesús de forma seria y comprometida. Porque si eso no se contagia y se palpa en la calle, en los lugares donde otros hermanos sufren, lo que le estamos diciendo al Señor es, con la boca y la lengua, te quiero, pero con la vida y me actitud, actúo según mis intereses, mis egoísmos e ideas.
Jesús ya nos dijo: "No todo el que dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, Mt 7, 21, sino aquel que hace la Voluntad de mi Padre". Y está demasiado claro para buscar justificaciones. Aunque cuando queremos autoengañarnos hacemos demagogia y nos evadimos distorsionando la realidad. Ahora, hay mucho que matizar y comprender. Porque no somos salvadores de nada, ni tampoco podemos solucionar los problemas, incluso los propios. Sé, por experiencia propia, verse en la calle y sin apenas nada.
La cuestión es tener la actitud de responder y preocuparte por el que sufre. La cuestión es que no te sea indiferente los problemas de los otros y que hagas lo que puedas. Al menos rezar, si no tienes otra posibilidad. La cuestión nos lo dejo claro Jesús en esa parábola del samaritano. No hizo nada heroico ni extraño. Eso lo han hechos muchas personas en sus vidas. Simplemente ayudar al que te encuentras en apuros y prestarle tu servicio y ayuda. Y seguir el camino de tu vida.
Esa es la actitud y conozco a muchas personas que lo hacen y la viven como lema en sus vidas. Pero también sé que otros u otras nos cuesta más y dejamos que desear. Esa es la conversión, tratar de que mi vida se vaya estructurando según la Actitud que nos enseñó Jesús y que vivió con total entrega. Y esa es nuestra petición de hoy, Señor.
Convierte nuestros corazones egoístas y apegados a los bienes y placeres de este mundo. Y, también a los privilegios, fama, vanidad y otras apetencias que nos hacen dar rodeos a lo largo del camino para no ver las necesidades de los otros. No queremos ser así, y te pedimos que nos cambies y nos transformes, Señor en el Espíritu Santo. Amén.
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