Siempre tengo alguna queja. Me resisto a aceptar mi propia tierra. Y esa actitud es la que provoca envidias, odio y criticas negativas que provocan enfrentamientos y lejanías. Quiero la tierra del vecino, los frutos que produce el otro. Quiero todo lo del otro porque no me contento con lo mío. Quiero más y lo mejor.
Y en ese querer me distraigo y olvido de recoger las semillas a la orilla del camino y llevarlas a tierras donde puedan crecer y dar frutos. Y no lucho en las tierras del pedregal dejando que la raíz se seque por la poca profundidad de la tierra. ¿No se puede hacer algo y añadir más tierra? O, abandono y dejo que los abrojos ahoguen la semillas mientras las contemplo con los brazos cruzados. Todo menos aceptar el reto y camino de tu vida con la esperanza de salvarla para la eternidad.
La cuestión es transformar todos esos inhóspitos lugares, que terminaran por matar la semilla buena plantada en mi corazón, en buenas tierras para que bien fertilizadas por el buen Sembrador den los frutos apetecidos y esperados. Y eso lo puedes hacer confiando y poniéndote en Manos del Espíritu Santo que, enviado por el Padre, el Señor nos regala para que nos auxilie y asista en esa lucha constante por el camino de nuestra vida.
Pidamos esa Gracia y pongamos nuestra confianza en la Palabra del Señor, que nos alumbra y describe el camino con sus peligros y tentaciones para que los podamos sortear y, de su Mano, alcanzar la fortaleza y capacidad de transformar la tierra de nuestro corazón en buena tierra que dé los frutos que el buen Sembrador espera.
Danos, Señor, la sabiduría y la paciencia para, aceptando la clase de tierra que me has dado en este mundo, sepa transformarla con tu Gracia en la tierra buena que tu esperas recibir y que yo, por tu Amor y salvación, quiero darte. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario