No es para menos asustarse si no proclamo la Palabra de Dios. No se trata de miedo, sino de santo temor, que nos ayuda a tenerle presente y esforzarnos en vivir en su Palabra. El santo temor es uno de los siete dones del Espíritu Santo, y nos ayuda a ser responsable y a experimentarnos temerosos de nosotros mismos por no esforzarnos en vivir en la Voluntad de Dios.
No confundamos el temor o miedo porque nos castigan y están al acecho por si cumplimos o no, con el santo temor de sentirnos avergonzados, contritos y temerosos por haber faltado y pecado contra el Señor, y por perdernos el gozo y la alegría de estar en su presencia plenamente y eternamente. Es el miedo a no cumplir con nuestra responsabilidad de hijos y de perdernos el gozo del amor del Padre.
Lo mismos nos ocurre en otros órdenes de la vida donde no cumplir con nuestra responsabilidad nos llena de vergüenza y miedo. Por eso, vivir una piedad litúrgica dentro de la Iglesia si más, no es el camino para mostrar y proclamar la Palabra del Señor. Necesitamos ensanchar nuestro horizonte y proclamar la Palabra de Dios a los que se acercan o están lejos, y, también, a todos los ambientes a los que podamos llegar por los caminos que nos lleva la familia y el río de nuestra vida.
Pero, la cuestión no es de proclamar, como si de una clase o lección se tratara, la cuestión es llevar al Señor en nuestro corazón, con el ejemplo de nuestra vida y respaldado con nuestra palabra si hace falta. Porque en la mayoría de las veces, la vida se encarga de descubrir el Amor Misericordioso del Señor y, sobran las palabras. Pero, no por eso podemos de proclamar la Palabra, pero una Palabra que se hace vida en nuestras palabras y deja testimonio de nuestro esfuerzo por vivirla.
Pidamos esa Gracia, que seamos palabra y vida injertados en la Verdadera Palabra y Vida que es el Señor, para que, auxiliados por el Espíritu Santo, tengamos la fuerza y la voluntad de dar verdadero testimonio. Amén.
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