No nos ha dejado el Señor huérfanos de misión. Nos ha marcado el camino bien claro. Otra cosa es la dificultad que encierra el romper nuestra propia cárcel y liberarnos para realizar la misión encomendada. Misión que no es otra que la de proclamar el Reino de Dios y de curar a los enfermos.
Desde ese mandato descubrimos dos aspectos, al menos yo observo y descubro en este momento. Primero, proclamar implica conocer y vivir lo proclamado. No podemos proclamar la verdad si nosotros nadamos a dos aguas, entre la verdad y la mentira. No podemos proclamar el Reino de Dios, si nosotros vivimos en otro mundo alejado del que Dios nos invita y ofrece. Sería absurda y disparatada nuestra proclamación, pues decimos lo que no vivimos.
Y segundo, la necesidad de curar implica buscar y descubrir al enfermo. Y yo primero necesito experimentar esa necesidad de ser curado para luego, por el poder del Espíritu Santo, darme en esperanza y sanación, por la Gracia de Dios, a aquellos que buscan y piden la curación. Nunca demandará curación aquel que no experimenta la enfermedad. Es condición primera descubrir tu enfermedad para luego pedir y esperar ser curado.
Y no hay mejor receta y medicina que la de la oración. Recemos para que llenos de la Gracia de Dios vivamos en la esperanza de ser sanados y, por su Gracia, contagiar y sanar la alegría y la esperanza de experimentarnos salvados por y en el Médico que cura y salva. Amén.