Hay momentos que crees haber llegado y ya piensas en descansar. Hay momentos que crees estar en la otra orilla y te parece que ya has llegado a donde querías llegar. Y hay momentos que te parece que nada más puedes aprender o nada nuevo te van a enseñar. Posiblemente, llegado ese momento debes pensar que tus oídos y tus ojos siguen bastante cerrados, porque, a la otra orilla nunca llegaremos mientras nuestro corazón siga latiendo y el Señor no nos llame al descanso eterno en su presencia.
Tendremos que seguir caminando y esforzándonos en perseverar con nuestros ojos y oídos bien abiertos. No tanto los ojos y oídos físicos, sí los de nuestro corazón y nuestro espíritu. Porque, al Señor no lo oímos ni lo vemos con nuestros ojos y oídos corporales, sino con los ojos y oídos del espíritu y de nuestro corazón silencioso y despojado de todo lo que nos impide ver y oír. Sobre todo ese ruido del mundo que nos distrae, nos confunde y nos oscurece el camino haciéndonos ver una ruta aparente correcta pero en el fondo equivocada.
Y eso sólo lo conseguiremos en constante oración, que no significa cantidad en espacio y tiempo, sino en atención y escucha silenciosa persistente y perseverante de forma constante y diaria. Significa tomar conciencia que mi vida es de Dios. Significa que cada día debo caminar en su presencia y discernir mis actos y trabajos según su Voluntad y su Palabra. De ahí la necesidad de reflexionarla y conocerla. Pero, especialmente significa que Dios me quiere y me ama, y por eso, desea recibir tu libertad y deseo de que tus oídos y ojos se abran a su Luz y le veas y le conozca, y que por su Infinita Misericordia, te quiere dar esa felicidad eterna que tu tanto deseas y buscas.
No dejes de pedírsela y, mejor, pidámosla todos juntos y unidos de la mano tomando esa hermosa oración que Él nos enseñó: "danos hoy, Señor, nuestro Pan de cada día". Ese Pan Eucarístico que nos da la Vida Eterna y nos alimenta en nuestro camino para estar atentos y abiertos a tu Palabra. Amén.