Todos hemos experimentado alguna vez esa inclinación irresistible de aparentar. Es decir, de parecer lo que no somos, y, siempre, para aparentar algo mejor o superior a lo que realmente somos. A nadie se le ocurre parecer menos de lo que es. Siempre quiere aparentar más. Lo contrario sería la humildad y eso nos cuesta mucho más.
Y todos sabemos también que ese afan de apariencia no está bien. Debemos ser y parecer lo que realmente somos y no queres sobresalir sin merecerlo ni ser superior. Al contrario, siempre parecer menos de lo que somos. Eso es ser humilde. Y la humildad siempre cae bien y reporta mucho más beneficios, aunque aparenta lo contrario. La verdad siempre prevalece y triunfa.
Y esa es la lucha, tratar de ser lo que realmente somos y, a partir de ahí, esforzarnos en mejorar. Se trata de cazar lo que dejamos ver de nosotros mismos y lo que realmente sentimos y somos por dentro. Se trata de cazar nuestros sentimienos exteriores con los interiores. Se trata de que nuestra lengua vaya de acuerdo con nuestro corazón. Se trata de que lo que decimos sea lo que realmente vivimos luego en nuestra vida. Se trata de vivir lo que cumplimos.
Y eso no es fácil. Todos tenemos fallos y eso deja al descubierto nuestras limitaciones y pobreza. Necesitamos la Gracia del Señor para limpiarnos por dentro y ajustar lo de afuera según la Voluntad de Dios. Se trata de hablar con prudencia y de mirarnos interiormente para ver si nuestra vida exterior va de acuerdo con la interior. Y cada uno sabe de que pata cojea.
Pidamos al Señor con humildad que nos dé fuerzas y sabiduría para que con serenidad y paz vayamos limpiando nuestro interior y actuando coherentemente con nuestros actos externos. Amén.