El camino necesita renovarse, alimentarse y llenarse de esperanza. De no hacerlo, caemos en el ostracismo, la desidia, la pereza y las tentaciones que nos abaten y no invitan a abandonarnos y a desfallecer. El camino está lleno de dudas y vacilaciones que nos tientan e invitan a pararnos y establecernos en la comodidad y en la seguridad. Caminar cansa e incómoda y nos somete a riesgos e inseguridades. Mejor pararnos y no arriesgarnos.
Es obvio encontrar tropiezos, equivocarnos, sufrir tentaciones y cometer pecados. De no suceder esto estaríamos hablando de un camino falso que no se corresponde con la realidad de nuestra vida. El dolor y el sufrimiento están presentes en todo camino. Por eso, siempre será mejor recorrerlo bien acompañado que solo. Y, la mejor compañía es la de Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y yendo a su lado encontraremos siempre el camino correcto y bueno.
Con toda seguridad que en muchos momentos de nuestra vida encontraremos momentos de tabor. Esos momentos donde experimentamos la presencia del Señor cerca de nosotros o en circunstancias que, a través de otros, nos topamos con el Señor. Él, sobre todo si lo buscamos, se nos hace presente en muchos acontecimientos, por sencillos que sean, de nuestro diario vivir. Solo necesitamos estar atentos y vigilantes.
Pidamos con confianza e insistencia esa Gracia de saber, experimentar y descubrir esos momentos de nuestra vida donde el Señor nos habla, nos para y nos llama a contemplarle, a descubrirle y a animarnos para que, a pesar de las debilidades, tentaciones, inseguridades, riesgos y pecados, nos sostengamos firmes, erguidos y animados a seguir adelante. Amén.