Para el Señor un día pueden ser mil años y mil años un día - 2Pedro 3, 8 - y para nosotros, sometidos al tiempo y al espacio, quedamos aprisionados y encorsetados en esas dimensiones que nos limitan y no podemos entender. Lo mejor es ponernos en Manos del Señor y dóciles a su Palabra dejarnos llevar por su acción sobre nosotros. Así lo hizo aquel ciego que se dejó llevar de la mano por Jesús, y, pacientemente, dejó que actuara sobre él.
Quizás sea esa la pregunta, ¿nos dejamos llevar de la Mano de Jesús? ¿Aceptamos su tiempo, su manera de actuar, su paciencia y su Palabra? El ciego necesito su tiempo y la acción del Señor de nuevo para terminar de ver claro. Quizás, nosotros necesitemos también tiempo y espacio donde podamos ir respondiendo a lo que el Señor quiere de nosotros. Necesitas tomar conciencia con Él y abrir tu corazón a su acción. El Espíritu está esperando ese momento donde tú, por las causas que sean has decidido abrirte a su acción. Ahora déjalo entrar y actuar.
Aquel ciego se puso en Manos del Señor, y eso significa y nos descubre que, primero, tenemos que dar ese paso. Fiarnos del Señor y ponernos en sus Manos y, abiertos a su Gracia, dejar que ese Espíritu Santo recibido en el bautismo nos libere y nos llene de su Gracia para ir viendo la Luz que nos salva y nos redime de nuestros pecados.
Pidamos al Señor que seamos capaces de apartarnos del mundo, de nuestros ambientes esclavizantes, ruidosos y llenos de tentaciones y seducciones que nos distraen y nos hacen olvidarnos del Señor. Pidamos al Señor que, cogidos de su Mano salvadora, nos dejemos conducir e ir con Él a un lugar donde podamos, por la acción de su Gracia, ver la Luz de esa Buena Noticia que su Palabra nos anuncia. Amén.