Juan es causa de un milagro de Dios. Su madre, Isabel es estéril y mayor, pero Dios escucha la petición de Zacarías, esposo de Isabel, y le concede ese hijo soñado por ellos. Juan es también causa de la oración de su padre Zacarías a la que Dios responde. Juan, primo de Jesús es concebido por la Gracia de Dios en el seno de Isabel, prima de María.
Y Juan viene para preparar los caminos del Señor, misión que cumple fiel a su compromiso de ser la voz que grita en el desierto y prepara la venida del Señor. El es la voz que grita y prepara el camino, pero no es la Palabra, que anuncia y que viene detrás de Él para realizar el bautismo de Espíritu y fuego.
Zacarías, a pesar de su petición y el anuncio del ángel Gabriel, duda y pide un signo, y es castigado con el silencio de su lengua hasta que se realice el acontecimiento del nacimiento de su hijo Juan. Y todo sucede como ha sido prometido. Recobra el habla cuando asiente y confirma que el nombre de su hijo será Juan. También nosotros hemos nacidos y gestados en el vientre de una madre y, por la Gracia de Dios, hemos nacido en una familia que nos ha llevado a recibir el bautismo.
Y, ¿cuál es nuestro compromiso? Es algo que como Juan hemos de ir descubriendo a lo largo de nuestro camino y nuestro singular desierto. Quizás, muchos esperan ver nuestra pequeña y humilde luz que les alumbre el camino para encontrarse con el Señor. Y esa luz depende de que nosotros la iluminemos. Pidamos esa Gracia y que como Zacarías insistamos en pedirle al Señor sabiduría para iluminar nuestra vida a fin de que sea lámpara que ilumine los pasos de otros que van a nuestro lado.
¡Oh, Señor, danos la sabiduría y la fortaleza de no desfallecer ante las tentaciones que el mundo nos presenta cada día y ser luz, por la Gracia recibida por el Espíritu Santo en nuestro bautismo, para alumbrar a todos aquellos que, escuchando nuestra palabra y observando nuestra vida, vean el camino que les lleva a encontrarse contigo! Amén.