En muchos momentos de nuestra vida la oscuridad nos envuelve y nos ciega para no dejarnos ver la vida que nos ilumina con la Luz de la Verdad y la Vida Eterna. Reconocemos nuestra debilidad que, siendo lo más importante la vida, quizás, sin darnos cuenta, anteponemos el interés material y nuestras satisfacciones que a la propia vida. Vida que es un don de Dios y que significa la oportunidad de alcanzar, por su Misericordia Infinita, esa Vida Eterna que Jesús, nuestro Señor ha venido a anunciarnos.
Ese es el precio de nuestra libertad. Una libertad que, si no andamos con cuidado y en la Luz puede esclavizarnos y dar como resultados todo lo contrario a lo que significa y debe ser. Porque, hemos sido creados libres para poder elegir, por iniciativa propia, el bien, la verdad y la justicia, y alcanzar esa Vida Eterna que está impresa dentro de nosotros.
Mira, si hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es Eterno, lo lógico y de sentido común es que también nosotros estemos llamados a ser eternos. Y esa es nuestra máxima aspiración y algo a lo que no podemos renunciar porque está sellado dentro de nuestro corazón. Por tanto, la vida es ese espacio que nos da la oportunidad de ganarnos la Vida con mayúscula, la Eterna. Y, ¿cómo lo podemos lograr?
De eso se trata, tratando de acercarnos al Señor y esforzándonos en seguirle poniéndole en el centro de nuestra vida. Eso quiere decir que Él es lo primero y luego lo demás. Por eso, reconociendo que somos débiles y heridos por el pecado, aprovechamos está humilde reflexión del rincón de oración para, todos juntos, pedirles sabiduría, fortaleza, paciencia, paz y voluntad para, limpiar nuestros corazones de las impurezas demoniacas y materiales y entregarnos a su Palabra obedientemente y con fe.
Aumentanos, Señor, la fe y danos una actitud perseverante para, a pesar de nuestras limitaciones y pasiones que nos arrastran y quieren precipitarnos al abismo, encontrar en Ti la fortaleza y la firmeza de sostenernos alejado del Maligno. Amén.