Todos buscamos un reino. Un reino que colme todas nuestras apetencias, nuestros proyectos y nos satisfaga de gozo y felicidad. Es la tendencia humana y a la que no podemos resistirnos, pues todo ser humano busca ser feliz, pero también eterno. Y es esa eternidad la que no consigue, dentro de la felicidad, prolongar eternamente. Ese es el dilema que tiene el hombre planteado y al que no quiere enfrentarse porque ya de antemano se ha rendido al mundo y resignado a la muerte.
¿Acaso dentro de nuestro corazón se ha apagado ese deseo de eternidad? ¿No los sentimos, aunque sea algo lejano, dentro de nosotros? ¿No mantenemos, a pesar de nuestra resignación, la esperanza de encontrarlo? Claro que sí. Todos anhelamos vivir eternamente y felizmente, pero no acabamos de creérnoslo. Y es ahí donde empiezan todas nuestras dificultades y problemas. Porque, el gozo y la alegría la podemos encontrar, pero la eternidad no. Todo en esta vida es caduco y hasta lo bueno tiene su momento final.
Pero, esa fatalidad nos hace levantar la mirada y buscar a Aquel que nos promete esa Vida Eterna en gozo y plenitud de felicidad. Es Jesús que con su Palabra nos llena de esperanza y de alegría al ofrecernos con toda garantía Vida Eterna en plenitud. Nos descubre el momento final y de como aquellos que permanezcamos en su Palabra seremos apartados de los malos y llevados a la Gloria Eterna para gozar de su presencia en plenitud de felicidad.
Y no se trata de algo que puede ser posible y de lo que tengamos esperanza. Se trata de algo real y garantizado por la Palabra de Dios, que, enviando a su Hijo ha pagado por nuestro rescate y con su Muerte y Resurrección nos garantiza, también a todos los que en Él creamos, la Vida Eterna. Hay garantía absoluta porque el Señor Jesús ha vencido a la muerte. Te damos gracias, Señor, y te pedimos que nos des la fortaleza, paz y sabiduría de sostenernos en tu Palabra y de permanecer fieles en tu seguimiento. Amén.
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