Detrás de una persona humilde y sencilla se esconde virtudes que dejan huella en los que viven y están a su lado. Hablamos de la familia. De una familia, donde los cónyuges transparenta humildad, sencillez, verdad y, por supuesto, libertad para escoger el bien y la justicia, se suceden hijos que llevan en sus actitudes esas chipas de bondad, de humildad, de sencillez y libertad. De la buena semilla nacen buenos frutos.
Es también notorio que, dentro de esa familia, la madre guarda un papel fundamental. También lo hace el padre. Cada cual tiene su rol, pero, volviendo a la madre, su labor se refleja luego en los hijos, hasta tal punto que podemos decir que detrás de un hijo humilde, sincero y respetuoso en la verdad y justicia, es esconde una madre y familia que transmite esos valores. Son esas familias bien estructuradas que destacan ante las malas estructuradas que dejan secuelas y perdición.
Es el caso de María, Madre de ternura, de sencillez y humildad. Madre de obediencia y del hágase tu Voluntad rendida al Señor. Y, precisamente, por encargo del Padre, se hace junto a José, responsable de la crianza y educación del Niño Jesús. Te imaginas a María dándole el pecho al Niño Jesús, tal y como relata la Beata Ana Catalina Emmerick en su libro de visiones y revelaciones: "La virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía, y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto, y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y, creo que le dio el pecho. (Página 401 del tomo 11- Época primera. Desde el nacimiento hasta la muerte de San José).
Es sorprendente como lo cuenta La Beata a través de los escritos de Clemente Brentano, Bernardo E. Overberg y Guillermo Wesener. Y es más sorprendente todavía como tú te puedes imaginar esos momentos tan hermosos donde Dios, encarnado en Naturaleza humana, se pone en brazos de una joven llamada María, y un joven San José, para, en sus manos venir a este mundo para, dando su Vida treinta y tres años después darnos la oportunidad de recuperar nuestra dignidad de hijos de Dios perdida por el pecado.
Madre, enséñanos y edúcanos también a nosotros para que, obedientes y fieles a la Palabra de tu Hijo, el Hijo de Dios, seamos capaces de hacer su Voluntad como tú, Madre, lo hicistes. María, Madre de Dios, intercede por nosotros. Amén.