No eres un Dios común parecidos a otros dioses. Ni un Dios que anuncias una doctrina y esperas que tus discípulos la cumplan. No, no eres un Dios cualquiera, y no hay ningún Dios como Tú. Porque eres, primero, un Dios amor. Un Dios que nos ama y nos creas por amor. Y, luego, nos das lo necesario para que podamos cumplir y vivir en amor. Tal y como Tú nos has creado y quieres que vivamos.
Pero no te quedas en eso solamente, sino que te ofreces a acompañarnos y a recorrer con cada uno de nosotros el camino para regresar limpios a tu Casa. Has muerto para Resucitar y quedarte entre nosotros, y así, en el Espíritu Santo, asistirnos, fortalecernos e iluminarnos para vencer en la lucha que cada día tenemos con nuestras propias apetencias e inclinaciones que nos arrastran al mal.
Te has rebajado tomando nuestra naturaleza humana, y despojándote de tu condición Divina, no haciendo uso de ella, para, igualados a nosotros, padecer, sufrir y con tu muerte rescatarnos del pecado y resucitar contigo para vivir junto al Padre eternamente.
Para ello, has entrado en la historia humana teniendo unos antepasados tan normales como los de todos. No has queridos privilegios, y siendo pobre nos has enseñado el camino a seguir para, recorriéndolo contigo, lo encontremos también nosotros. Te damos gracias Señor por tu venida, por tu cercanía y tu sencillez, y por todo lo que nos das cada día. Eres un Dios vivo y cercano. Sigues y continúas con nosotros, y tu acción se experimenta cada día cuando abrimos nuestro corazón, nos paramos y escuchamos en silencio.
Sí, Señor, experimentamos que Tú estás ahí, aunque muchos no quieran oírte ni creer en Ti. Cada día naces dentro de nosotros si somos capaces de prepararte una cuna en nuestro corazón, y como niños inocentes dejarnos acariciar por el Amor y la Misericordia de tu Redención. Amén.