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Cuando descubres que puedes moverte por ti mismo, no permaneces quieto, empiezas a gatear. Gatear porque todavía, con siete u ocho meses, no puedes moverte de otra forma. Y, sin darte cuenta, de manera inocente y atrevida, eliges una u otra dirección. Te salvas de sufrir algún serio percance por la vigilancia constante de tus padres. Ellos están al tanto de reorientar tu rumbo y ponerte en buena dirección, donde nada pueda ocurrirte.
Igual nos ocurre, pero toda la vida, con nuestro Padre del Cielo. Sin Él nuestro camino es oscuro, sin rumbo y en constante peligro. No llegaríamos a dar muchos pasos, ni tampoco a ningún sitio. Él, nuestro Padre Dios, nos protege, nos reorienta y no conduce. A pesar de que nos opongamos y no le hagamos caso. Bien, es verdad, que a quienes le escuchan y le hacen caso, por sentido común, el camino les será mejor.
Pero quedándonos en la elección a tomar, descubrimos que con el transcurrir de los años nuestro camino va tomando consistencias y firmeza. Ya, no sólo caminamos, sino que pensamos y trazamos rumbos. Dibujamos una meta en lo más profundo de nuestro corazón, y nos proponemos un ideal o aspiración. Es decir, vamos a algún lugar. Y eso lo identificamos con nuestra misión. Muchas veces hemos oído decir: Mi ideal es este o mi misión es aquella; me he propuesto hacer o lograr esto en mi vida...etc.
Podemos llegar al convencimiento que venimos a este mundo con una misión, que vamos descubriendo en el deambular de nuestra vida. El sentido común nos dice que esa misión se nos ha dado de antemano por aquel que nos ha puesto en la parrilla de salida de este mundo. O dicho de otro modo, he sido elegido para algo concreto vivido en el amor. Quizás la finalidad de mi vida será descubrirlo y vivirlo. Dios me ama y espera que yo, semejante a Él, ame también.
Bien, Señor, eso quiero pedirte hoy. La sabiduría de saber amar donde tengo que amar. Y amar no a mi manera y a mi capricho, sino amar como Tú me amas y como Tú quieres que yo ame. Esa es mi meta. Ahora me falta saber cómo y en dónde tengo que vivirla. Y para eso confío en el Espíritu Santo, para que , con su Gracia, me lleve por dónde y en dónde debo cumplirla. Amén.