Es indudable que Jesús tuvo que dejar a alguien la misión de continuar su pastoreo. Era necesario que si Él se iba a ir y ascender a los cielos, otros tendrían que seguir con la misión de conducir el rebaño a buen puerto. Porque, un rebaño necesita un guía y un prado donde abastecerse del alimento necesario para vivir. Y también cuidados, protección y asistencia.
Está claro que Jesús pensó en su Iglesia. Y es hasta de sentido común que así lo hiciera. Pedro, lo sabemos por las Sagradas Escrituras, fue el elegido y todo el colegio apostólico que le rodeaba. Y así empieza la Iglesia su andadura. No entiendo como muchos se afanan en proclamar otras iglesias, que nacen mucho más tarde y cuya cabeza es alguien que él mismo se erige, sin ningún fundamento ni autoridad, en cabeza de esa nueva mal llamada iglesia.
La Iglesia es una, la formada por Jesús, que continúa sin interrupción hasta nuestros días. La Iglesia es la dirigida por el Espíritu Santo, a pesar de todos los pecados y caídas de sus miembros, porque somos pecadores y necesitamos la asistencia y la fuerza del Espíritu Santo, enviado por el Padre cuando Jesús ascendió a los cielos, para guiarla. En ese sentido y a partir de nuestro bautismo, somos también nosotros, en cierta medida, pastores en nuestras familias y en nuestros círculos y ambientes donde nos movemos, porque con nuestros testimonios podemos y debemos dar ejemplo y fe de Jesús, el único y buen Pastor.
Él, en el Espíritu Santo, nos conduce, nos guía y nos lleva por el buen camino hacia el redil de la Vida Eterna, donde gozaremos en la presencia del Padre eternamente. Por eso, pedimos y damos gracias al Señor por su presencia y por la santa Madre Iglesia, que Él nos ha dejado, como continuadora de su pastoreo, para conducirnos, protegernos, auxiliarnos hasta la Casa del Padre. Amén.