Tenemos dos opciones a la hora de plantearnos la fe. Vivirla a media, entre la liturgia y cumplimientos por un lado, y el mundo por otro. O, sin excluir vivir en el mundo, porque es donde tenemos que dar el testimonio de amor, vivirla como Dios manda, amando a los hombres desde la fuerza de la Gracia del Espíritu Santo y por amor a Dios.
Posiblemente, el camino que muchos elegimos es el primero. Luce más y es más rentable. Da fama y provecho y satisfacciones mundanas. Pero no es el correcto seguimiento a Jesús, porque escondes tus talentos utilizándolos para tu sólo provecho e interés. Tu egoísmo te pone al descubierto e impide que tus obras lleguen al corazón de los hombres. Y el otro camino, el que tratas de recorrer injertado en Jesús, es camino de pasión, de renuncia, de sacrificios, de darse a cada paso y morir a tu egoísmo, que te amenaza con alejarte de la verdadera senda.
Es morir tú para entregarte al servicio de los demás, sin ninguna distinción, y de forma especial a los enemigos. Porque es ahí donde se descubre el verdadero amor. Cuando las exigencias se hacen duras y no se entienden; cuando parte de tu corazón te pide venganza y compensación, y tu otra parte te exige perdón, misericordia y amor. Porque es así como te ama Dios, y parecerte a Él, nuestra máxima aspiración, nos exige libremente amar como Él.
Nos experimentamos pobres, incapaces e impotentes de alcanzar ese estado de amor. Necesitamos a los demás para establecer vínculos de amor, pero, sobre todo, necesitamos la acción y asistencia del Espíritu de Dios. Y eso es lo que hoy te pedimos, Señor, desde este humilde espacio de oración:
Ven Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles;
enciende en ellos la llama de tu amor. Envía
tu Espíritu, serán creados.
Todos: Y renovarás la faz de la tierra.
Oh Dios, que has iluminado los corazones de
tus hijos con la Luz del Espíritu Santo:
haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre
el bien y gozar de tu consuelo. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Amén.