Esta etapa nos exige prepararnos y ejercitarnos para la lucha. Somos débiles y necesitamos cuidados y ejercicios. Al igual que el deportista que se prepara y ejercita para conseguir la victoria privándose de todo aquello que le impide estar en la mejor forma posible, el cristiano también se ejercita y se priva de todo aquello que le impide seguir a Jesús.
Porque, Jesús también se preparó previamente retirándose al desierto y fortaleciendo su Voluntad. Y no fue sólo. Se dejó acompañar por el Espíritu Santo. ¿Y todo para qué? Para triunfar, tal y como cualquier deportista o olímpico. Ellos, como dice Pablo - 1ª Corintios 9, 25 -, para conseguir una corona corruptible, pero nosotros una incorruptible, la Vida Eterna.
Porque, la Cuaresma es el camino que nos conduce a compartir con Jesús su Pasión y Muerte en la Cruz. Una Muerte que significa una Victoria, la Resurrección. Es decir, nos preparamos para la victoria, como lo hacen los deportistas. Nuestro camino cuaresmal es un camino de preparación para triunfar. Esa es nuestra meta. Por lo tanto, vale la pena todo lo que hagamos con el fin de estar preparados y fortalecidos para llegar hasta el final.
Jesús venció a la muerte y consiguió la victoria para también para todos nosotros. Y esa es la motivación y el aliciente por el que también nosotros tenemos que prepararnos, en la misma medida de nuestras posibilidades y talentos, para conseguir la victoria: Resucitar con Cristo, por su Gracia, al final de nuestra vida. Y, por eso, la oración, el ayuno y la limosna nos ayudan a conseguirla.
Una oración constante que nos une cada día a nuestro Señor. Un ayuno que nos ayuda a dejar y a privarnos de todo lo que nos puede obstaculizar nuestra unión con Jesús, y la limosna, que no sólo consiste en aportación económica, sino en darnos nosotros mismos con nuestro tiempo y talentos. Pidamos con fe y convencidos que nuestro Padre Dios nos dará la Gracia de vivir en esa dinámica, fortalecidos en el Espíritu Santo. Amén.