Se te hace difícil comprender la debacle de Jerusalén, y como ha sufrido a lo largo de toda su historia. No llegas a comprender como se puede vivir en esa inquietud e inseguridad, y en medio de tantas guerras y enfrentamientos. Sí, te quedas anonadado y sin comprender nada.
Sin embargo, la profecía de Jesús enciende tu esperanza, porque ves que su Palabra es Palabra de Vida Eterna. A pesar de su lamento, Jesús dice lo que realmente va a suceder, aunque no lo desee. El corazón de hombre, obstinado, soberbio, egoísta, lleno y sometido al odio y la venganza, y, por la Gracia de Dios, libre, se rebela y desobedece a Dios. Y Jerusalén sufre porque no encuentra la paz.
Te damos gracias, Señor, porque nos has dejado tu Iglesia y el colegio apostólico. En y por ellos, por tu Gracia, hemos recibido el Mensaje de Amor que nos salva. Ellos, tu Iglesia, Señor, dirigida por la acción del Espíritu Santo nos llena de esperanza y alegría, y nos aviva y fortalece para continuar la lucha de cada día hasta que Tú, Señor, vuelvas como nos lo has prometido.
Porque sólo Tú, Señor, tienes Palabra de Vida Eterna, y todo lo que nos dice tiene su cumplimiento. En esa esperanza vivimos con gozo y alegría, a pesar de los acontecimientos de terror y guerras que acontecen en este mundo. La Iglesia, tu Iglesia, Señor, asistida por el Espíritu Santo continúa su camino hasta que Tú decidas venir.
Gracias, Señor, por llenarnos de esperanza y de fortaleza para continuar la lucha con ánimos renovados en el Espíritu, y por las comunidades de hermanos donde apoyarnos los unos con los otros para avanzar contra corriente y abrirnos camino hacia Ti.