Esa es la profecía y es Palabra de Dios. Ningún profeta es bien recibido en su tierra y así le ha ocurrido a Él y ocurrirá con nosotros. Y lo experimentamos en nuestra propia casa, pueblo, ciudad y conocidos. No somos valorados ni tenidos en cuenta.
Son los desconocidos, los forasteros y los de otros lugares los que escuchan nuestras humildes palabras y los que le dan valor. Sucedió con la viuda de Sarepta y Naamán el sirio, paganos, pues no pertenecían al pueblo de Israel. Y, no sólo no escuchan, sino que se llenan de ira y amenazan incluso con la muerte.
Y eso lo sentimos dentro de nuestro propio corazón. Es el sometimiento al mal del pecado original con el que nacemos, pero que podemos purificar con el agua y el Espíritu en el Bautismo. Y que podemos, en la asistencia del Espíritu Santo, mantener alejado de nosotros. Pidamos esa Gracia confiados y esperanzados en la Misericordia de nuestro Padre Dios, para que transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne abierto a la acción del Espíritu Santo.
En esta esperanza, Señor, ponemos todo nuestros pecados en tus Manos para que, llenos de tu Gracia y de tu Misericordia, queden purificados y limpios de toda mala intención, renovando así nuestros corazones de hombres viejos en hombres nuevos según tu Voluntad. Abiertos a tu Gracia y a la acción de tu Espíritu.
En esa confianza y esperanza permanecemos atentos, perseverantes y sin desfallecer, agarrados a tu Espíritu y constantes en la oración y sacramentos, a pesar de nuestras oscuridades, dudas y tribulaciones, sabiendo que Tú estás con nosotros y tienes Palabra de Vida Eterna. Así de esta forma, Señor, esperamos tu regreso. Amén.