Cuando nos reprende ocurre que en lo más profundo de nuestro corazón comprendemos nuestro error, pero en nuestra cabeza se entabla una lucha soberbia contra la humildad de aceptar dicha corrección. Cuesta no ensoberbecerse, sobre todo cuando nuestro corazón se hincha de suficiencia y prepotencia.
En estas circunstancias rechazamos la reprimenda y no nos doblegamos a la corrección fraterna. Nos cuesta. Quizás necesitamos algo de tiempo para desahogarnos como hizo Pedro, llorar amargamente hasta doblegar su corazón y ponerlo en Manos de la Misericordia del Señor. Sin embargo, hay muchos que no son capaces de doblegarlo y llegan a consecuencias fatales de remordimiento y de muerte.
Pidamos al Señor que nos dé un corazón capaz de entender y de ser humilde; capaz de dejarse transformar por la acción del Espíritu Santo y aceptar la corrección fraterna que los hermanos nos hagan con buenas intenciones y por el bien nuestro y de los demás.
Dejarse corregir es una forma también de amar, porque no sólo amas cuando te das, sino cuando eres capaz también de recibir, y en este caso una corrección de alguien que te conozca bien y busque tu bien, es un acto de amor el saberlo recibir y agradecer. Pero eso no es fácil. Exige mucha humildad, sobre todo a aquellos que se sienten superiores y mejores que los otros. Recibir una corrección les será casi imposible.
Jesús padeció mucho de esto. Aquellos fariseos y judíos de su mismo pueblo, que le conocían como el hijo de José y María, no podían aceptar que fuera el Pan bajado del cielo. ¿Cómo el hijo del carpintero dice ahora que es el Pan bajado del Cielo? ¿No nos ocurre hoy algo igual?
Pongamos nuestro corazón soberbio a disposición del Espíritu de Dios con la actitud de dejarnos transformar en un corazón humilde y manso capaz de acoger y aceptar la corrección de todos nuestros errores. Amén.