El amor necesita de otros. Nunca podrás amar si no estás con otros. El amor es el pegamento, el nexo que nos une. Pero para amar hay que saber soportar. El amor exige perdón, y el perdón soporta. Porque no es amor aquellos sentimientos por los cuales nos sentimos a gusto y bien, sino los que nacen de sabernos útiles y bienhechores de la felicidad de otros.
Los primeros sentimiento, los que derivan del sentirnos a gusto, pasan pronto y se evaporan y caducan. Los segundos, los que nacen del darse, del despojarse de ti mismo para servir al otro, permanecen y dan un gozo que dura y satisface; que llenan de paz y alegría.
Pero para eso se hace necesario tender la mano. Esa mano que muchas veces permanece inmóvil, quieta, paralizada y muerta. Esa mano que nos paraliza el corazón y no responde a la llamada del Señor. Esa parálisis que nos impide escuchar y hacer. Por eso, Señor, queremos tenderte nuestras manos para que las sanes y les des vida. Para que las libres de las parálisis de no escucharte ni de hacerte caso. Para que las dispongas a amar y a servir por amor.
Queremos pedirte comunión y unidad. Ponernos en movimiento y tender nuestras manos para la unidad y la comunión. Movernos en el esfuerzo de caminar juntos, sin miedos, disponibles a soportarnos, a servirnos y a amarnos. Disponernos a compartir solidariamente, a estar abiertos a la escucha de tu Palabra y a confiar en tu poder de transformar nuestros corazones.
Sí, Señor, aunque nos parezca imposible, confiamos en tenderte nuestras manos para que Tú, Señor, nos las movilice y nos la cure de esas parálisis que nos las mantienen seca, muertas y alejadas unas de las otras. Amén.